Tan igual que era él,
tan distinta que también era él.
Tanto se quisieron
buscando en uno al otro,
conociéndose hasta el morbo,
queriéndose como sólo se puede querer a uno mismo.
Maldiciendo las mismas cosas,
perturbándose de igual manera.
Odiando como sólo ellos podrían.
Se conocieron conociéndose de toda la vida,
como si siempre fueran la misma persona
dividida en dos a dos extremos del mundo.
Así de cerca, así de lejos se encontraban desencontrados.
Llegó la magia, llegó el dolor
y se conocieron aun más,
descubrieron sus temores en el otro
y su mayor anhelo también.
Transformaron su codicia en vanidad
soñando los sueños que para otros es pesadilla,
acariciando lo rugoso
con placer de terciopelo.
Disfrutando las peleas, los enfrentamientos,
los golpes y los asesinatos mas atroces y románticos.
Siendo villanos pero también posmodernos,
así, donde los villanos también aman.
Ellos, ella y él, fueron iguales,
tan semejantes que disfrutaban,
tan contrarios que el sexo ya no era placer,
sino una auto satisfacción con el otro sexo…
Tanto amor alborotado se fue acabando,
cayeron en que eran la misma persona,
todo se desvanecía,
llegando a la conclusión efímera y mortal
que la otra persona era uno mismo.
Tragedia griega
reconocer que se odia a alguien que es igual a uno mismo,
se odian,
se odian,
se odian a si mismos,
tanto,
tanto,
que no hay lugar para el suicidio.