
Un día apareció en el portal
como una luz tenue de atardecer,
ingresó por las hendijas a mi habitación,
se introdujo entre susurros por mi boca
beso mis labios,
al tiempo que repetía un nombre,
el suyo,
tan eclipsado fue ese instante
y tan desvalida la memoria
que el viento acariciante lo borró mientras se marchaba.
Fue un sueño
o quizás sucedió,
no recuerdo su rostro, su voz,
pero el pecho no volvió a abultarme
por eso espío todos los días a las ocho,
mientras dura el verano,
todos los días a las seis,
mientras me sucumbe el invierno,
estallando mis dedos
contra mis ojos,
queriendo tapar el dolor en llanto,
por el triste porvenir
de la vejez sin ella
que se coló por mi ventana
una tarde de mi lejana juventud.
Hoy en el estío de los suspiros
me dejo perecer
en un suicidio accidental,
rito sublime
que demuestra
mi rendición cobarde a su amor.
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