El presente blog que viene abajo no tiene nada que no haya en otros blogs literarios, simplemente retomo eso que le dio de comer a tantos otros escritores fracasados, hablar de las mujeres que no consiguen o de las otras, las que se fueron. Como capitán, que huye, en franca retirada de las relaciones, me permito contar secretos de diván, escabrosos relatos de cama y de hoteles para que sucumban de pavor esas otras desconocidas que supieron ser garabato de mi muñeca, bueno, no son todas las que yo hubiera querido así que voy evitar nombrarlas para que no quede en evidencia mi falla. Pero no sólo de mujeres vivimos, así que también hay otros temas y otros formatos, tenemos cortometrajes, tenemos novelas, tenemos cuentos, bueno, cuentos no, chinos tampoco, pero hay intersecciones y cartas, fotografías re contra artísticas y otras en la que sólo aparece mi cara. Bueno, el resto del blog es mejor que el prólogo, no lo prometo pero créame.

19 de febrero de 2008

Pensar sin pensar


El atardecer,

caprichoso,

aquel día

que Ella vagó

por ahí,

en aquella ruta,

desierta,

que quiso llevarla

hacía ningún lado,

sólo el caminar,

la acercaba,

alejándola hacia él,

que moría

miles de kilómetros atrás,

yaciendo despierto,

erguido y sentado

ante una hoja blanquísima,

que la describía a Ella

caminando sin sentido

por una ruta desierta,

alejándose de él

que escribe

sobre ese caprichoso atardecer

que intenta desaparecer,

inútilmente,

detrás de esa loma,

inútil

porque al esforzar su relato,

el escribidor,

puede subir esa pequeña elevación

y seguir observando el atardecer,

que desea morir del otro lado,

él puede hacerlo infinito,

recorriéndolo,

a gran velocidad,

doblar hacia uno de los lados

si el capricho se oculta detrás de una nube,

sedosa,

igual a Ella,

Ella…

no te permitas pensar,

pensó el escribidor,

y siguió corriendo

por esos renglones

al atardecer imaginario

que ya se mete detrás del horizonte,

no hay salida, todo se pierde!

pero él,

que domina la magia,

rápidamente puede avanzar

hacia ese horizonte descampado

y volver a ver

lo naranja ácido de su atardecer caprichoso,

en un esfuerzo sublime

para que,

a pesar de la magia,

sea verídico ese suceso atardecer,

en el que el escribidor mantiene vivo

ese ya sepia oscurecer imaginario,

luchador,

que lo mantiene alejado de pensar en Ella,

que vagaba

por ahí,

en aquella ruta,

desierta,

alejándolo de él,

castigándolo,

eternamente con aquel maldito atardecer.

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