El atardecer,
caprichoso,
aquel día
que Ella vagó
por ahí,
en aquella ruta,
desierta,
que quiso llevarla
hacía ningún lado,
sólo el caminar,
la acercaba,
alejándola hacia él,
que moría
miles de kilómetros atrás,
yaciendo despierto,
erguido y sentado
ante una hoja blanquísima,
que la describía a Ella
caminando sin sentido
por una ruta desierta,
alejándose de él
que escribe
sobre ese caprichoso atardecer
que intenta desaparecer,
inútilmente,
detrás de esa loma,
inútil
porque al esforzar su relato,
el escribidor,
puede subir esa pequeña elevación
y seguir observando el atardecer,
que desea morir del otro lado,
él puede hacerlo infinito,
recorriéndolo,
a gran velocidad,
doblar hacia uno de los lados
si el capricho se oculta detrás de una nube,
sedosa,
igual a Ella,
Ella…
no te permitas pensar,
pensó el escribidor,
y siguió corriendo
por esos renglones
al atardecer imaginario
que ya se mete detrás del horizonte,
no hay salida, todo se pierde!
pero él,
que domina la magia,
rápidamente puede avanzar
hacia ese horizonte descampado
y volver a ver
lo naranja ácido de su atardecer caprichoso,
en un esfuerzo sublime
para que,
a pesar de la magia,
sea verídico ese suceso atardecer,
en el que el escribidor mantiene vivo
ese ya sepia oscurecer imaginario,
luchador,
que lo mantiene alejado de pensar en Ella,
que vagaba
por ahí,
en aquella ruta,
desierta,
alejándolo de él,
castigándolo,
eternamente con aquel maldito atardecer.
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