
Sombras de ellas, siluetas de lo que son,
un contraluz nos hace el favor
de ocultar sus caras,
sus cuerpos,
y un sentir mejor
nos pone cual gigante encima de ellas,
separando ese camino, del ocaso
lleno de años como piedras
en los que las supimos roer,
algo aprendimos,
ellas los son todo,
ellas son todas.
De ésta forma el fin.
Ellas lloran en brazos prestados
cuando el amor no les siente bien,
olvidando después
que el tiempo les regala sus sonrisas,
y pueden decir “no”
con determinación
sin titubeos ni arrepentimientos,
sin volver atrás,
sin otra oportunidad.
Una luz,
una chance para escapar,
para quedarse inmóvil,
preguntando a dónde ir.
Sin remordimientos y abandonados,
las dejamos
y nos tumbamos para avanzar
hacia otra,
que parece brillar,
no nos dejamos engañar,
ella, la nueva,
es una sucursal de las demás
que en principio tolerará
cualquier vicio,
nos mostrará su cara de luna
que poco a poco
se irá eclipsando
con otros soles.
Así nadaremos otro cíclico avanzar,
en bastones blancos,
llegando sin partir,
con llanto
y odio
prometiendo regresar.