El presente blog que viene abajo no tiene nada que no haya en otros blogs literarios, simplemente retomo eso que le dio de comer a tantos otros escritores fracasados, hablar de las mujeres que no consiguen o de las otras, las que se fueron. Como capitán, que huye, en franca retirada de las relaciones, me permito contar secretos de diván, escabrosos relatos de cama y de hoteles para que sucumban de pavor esas otras desconocidas que supieron ser garabato de mi muñeca, bueno, no son todas las que yo hubiera querido así que voy evitar nombrarlas para que no quede en evidencia mi falla. Pero no sólo de mujeres vivimos, así que también hay otros temas y otros formatos, tenemos cortometrajes, tenemos novelas, tenemos cuentos, bueno, cuentos no, chinos tampoco, pero hay intersecciones y cartas, fotografías re contra artísticas y otras en la que sólo aparece mi cara. Bueno, el resto del blog es mejor que el prólogo, no lo prometo pero créame.

14 de mayo de 2007

Capítulo 33


Juan Pablo termina de ordenar su casa, de ventilarla y de recuperarla como suya otra vez. Huele el aroma que queda en el lugar, no siente nada y eso es lo mejor, ya no siente la putrefacción que reinaba hasta escasos minutos atrás.
Prende la hornalla, calienta agua y pone café instantáneo en el filtro que coloca en la tetera. Abre la heladera y saca unos fiambres, olvidados y envueltos en nylon, y unos panes congelados, para que no se echen a perder. Calienta y corta uno de los panes, al medio coloca un par de fetas, queso y paleta, y se lamenta por no tener mayonesa, igual se conforma porque no tiene ganas de salir a comprar. Vuelve a unir los dos trozos de panes y siente chillar la pava. Vierte el agua hirviente en la tetera, previo paso por el filtro con café instantáneo, para luego volcar el preparado en la taza, previamente lavada. Bebe y come, sin que su estomago reconozca cada cosa y con su hígado feliz, se apura porque tiene cosas que hacer y situaciones que arreglar. Lava la taza y limpia la mesa, barre unas migajas del suelo y sale de la casa, cerrando puertas y ventanas, así no se infiltra nadie esta vez. Vuelve a caminar el mismo sendero que caminó hasta el cansancio desde hace días, desde que llegó a éste lugar, avanza unas cuadras y se encuentra con el sueco y José, que lo llaman.
- Che, Juan, vení un segundo. ¿No lo viste a jorgito, no aparece desde anoche, no sabés donde está?
- No sé ni me importa José, estoy apurado.
- ¿Qué? ¿No te preocupa jorgito, no aparece...
- Si, si, sueco, pero ustedes se preocupan por él justo recién ahora que tengo que hacer otras cosas que son más importantes para mi.
- Que humor que tenés loco a ver si aflojas...
- Chau nos vemos después. – Interrumpe a José y sigue caminando, ciego, el recorrido.
Llega al final del camino, a la puerta de la casita verde sin esperanzas, golpea la puerta un par de veces y ésta se abre. Lo atiende quien él espera que atienda, Estrella, pero no tiene el aura que la rodeaba como otras veces que la vió, sino que se ve opaca y apagada. Su cabello, chato y liso, no se parece en nada a aquellas ondulaciones infinitas que él anhelaba y sus ojos no lo encandilan, ya que están como si hubieran sido apagados, esos fuegos, con infinitos baldazos de agua, probablemente un llanto anterior y presente que también devuelve, en un gesto arrugado, su cara.
- Hola Estrella, ¿cómo estás? – Le pregunta Juan Pablo
- Hasta recién estaba muy mal, destruida.
- Si, se te nota. ¿Qué te pasó? – Pregunta y se sonríe pensando que ella lo está halagando. – ¿Cómo estas ahora que vine?
- Peor, estúpido. ¿A qué viniste? ¿no te alcanzo con lo que hiciste anoche? ¿venís a regocijarte, a verme llorar y sufrir?. Yo te abrí mi corazón anoche... – Se quiebra y rompe en un llanto que no encaja en ella, es imposible imaginar tal cosa, por eso Juan Pablo quiere en vano sostener alguna lagrima de sus ojos vidriosos.
- Pero, Estrella, ¿qué pasó? ¿qué te hice yo? – Pregunta indignado Juan Pablo.
- Anoche, ¿te acordás de anoche?. – Sin esperar respuesta continua. – Me engañaste y me destrozaste.
- ¿Qué?. Te juro que no sé de que me hablás.
- ¡Cómo que no!, te aprovechaste de mi porque no estaba en mi mejor estado, te entregué todo y en ese lugar. ¿Para qué? Para que después te vayas con la otra puta que no tiene dueño, porque es de todos. – Ya no llora, Estrella, pero hace unos esfuerzos terribles para que la humillación que siente no se convierta en mas lágrimas y su rostro se vuelve rígido como en las tardes de los días anteriores.
Juan Pablo se queda mudo, sin nada para decir, solo piensa en que los chicos y Débora misma decían la verdad. Quería contarle a Estrella algo para defenderse pero no tenia nada para su defensa, así que improvisó una.
- Te digo la verdad, no recuerdo nada de anoche, tengo una imagen de cuando salíamos de mi casa pegada con otra que es de hoy cuando desperté. Estaba muy borracho anoche y no tengo ni idea de lo que hice. Me pone contento saber que estuve con vos – Juan Pablo le toma la mano y mira a los verdes de ella – y que me querés...
- ¿Qué? Soltáme, sucio. – Saca su mano de la de Juan Pablo – ¿Estás loco vos, o también te golpeaste la cabeza con la cama cuando estabas con esa? Con todo lo que hiciste todavía te creés capaz de creer que te quiero y que...
- Pará, pará. Me pone contento eso, pero también me pone triste lo otro que me decís, que te estafé.
- Te voy a aclarar una cosa, no te quiero para nada, tal vez te quise anoche pero descendiste muchísimo, no solo no te quiero sino que te odio, me hiciste mucho mal. Pensé que eras distinto, que tus promesas eran sinceras y verdaderas, y no una apuesta a mi corazón.
- ¿Promesas?, ¿qué promesas? – Juan Pablo se queda helado, esta vez si que no recuerda esa parte de la historia.
- Esas que dijiste anoche, que ibas a ser un lindo recuerdo, por el cual yo no podría odiarte nunca, y que vos ibas a vivir en mi ayer, cuidándolo para que yo no pueda tener recuerdos tristes y no se que otras cosas. – Se sonríe irónicamente y mira a Juan Pablo.
- ¿Yo te prometí todo eso? – Pregunta Juan Pablo totalmente sorprendido.
- Si. – Se sigue sonriendo con sarcasmo.
- Bueno, tal vez podrías dejar que trate de cumplir esas promesas, y así me reivindico con vos. – Pide sincero.
- No, ya es tarde, ya sos un recuerdo horrible. Además leí que los hombres siempre prometen cosas para lograr lo que desean. Después se olvidan de las promesas, igual que vos.
- ¿Dónde leíste eso?, es una mentira. Yo te quiero y estoy loco por vos desde el momento que te vi. – Dice, sin mentir, Juan Pablo.
- Sí, seguro. – Ríe e ironiza, Estrella. – Según mi libro de autoayuda, los hombres siempre hacen eso, y ¡oh casualidad! vos me lo hiciste a mi.
- ¿Qué libro de autoayuda tenés? ¿A quién le creés todas esas pavadas? ¿Por qué lo tenés como guía de vida?
- Este, tomá. – Le alcanza un libro mediano. – El de Charles Ocilirca, el mas vendido y el de los mejores consejos para las mujeres.
- ¡Pero es un tipo ese!, a ver si entiendo. ¿Vos recibís consejos sobre hombres, que supuestamente son todos malos, de un libro escrito ¡por un hombre!?. ¿No es medio paradójico eso?
- No sé, a mi me basta con que tenga razón en lo que dice. Yo no le puedo criticar nada.
- Y ¿qué sacaste de ese librito, como para no darme otra oportunidad, para no dejar que te demuestre que te quiero? – Pregunta Juan Pablo, algo enojado.
- Dice todo lo que vos me hiciste, me llenaste de promesas y después me dejaste por otra. Eso es un caso muy común de aprovechamiento. – Mira a Juan Pablo y se sonríe.
- Decime, dice que yo iba a venir a decirte que te quiero y que todo lo que hice lo hice inconscientemente.
- No sé, no llegué a ahí todavía. Me voy a fijar. – Ojea el libro.
- Bueno, hagamos una cosa, si dice algo me voy y no te molesto mas.
- ¿Y si no dice nada?
- Y si no dice nada vos vas a pensar en perdonarme.
- No, no, no. Yo no voy a perdonarte.
- Dale, si no dice nada lo vas pensar. Nada más. No tenés que perdonarme solo replantearte la situación. ¿Si? – Le rogó Juan Pablo con su mejor cara de pobrecito, casi dando lástima.
- Esta bien. – Dijo no muy convencida. – Tu carita es una cosa innegable. Si es que lo encontramos, lo pienso.
- ¿Me lo prometes?
- Si, lindo. ¿Cómo no?. Yo no rompo ninguna promesa. – Se sonríe maligna.
- Bueno fijáte. – Le dijo Juan Pablo que ya se siente otra vez en marcha.
- Bueno, acá, por esta pagina quizás diga algo. – Se pone a leer en voz alta. – “... luego del engaño es casi seguro que el individuo vaya en busca de usted, pobre personita engañada, y clame por un perdón...” esto ya lo hiciste hace un rato, a ver por acá. “... entre sus mentiras y patrañas, que puede usar, seguramente esta la de hacerle cargar las culpas a algún amigote, de él, que lo engaño...” bla, bla, bla.
- Viste, no dice nada.
- Hasta ahora no, te sigo leyendo. “... también es muy probable, mas bien es seguro, que acuse borrachera y por consiguiente memoria frágil para recordar lo sucedido. O sea dicho en otras palabras, el malvado individuo quiere hacerle entender que usted recuerda todo por no estar ebria como él. Que el “pobrecito” no recuerda nada y por eso merece ser perdonado. Ahora entre usted y yo (persona totalmente mediática y desinteresada), ¿cree poder perdonar a esa persona que primero se emborracho como una cuba y que segundo dice (como excusa obviamente) que supuestamente no recuerda nada? Mi consejo es: que deje salir de su vida a este hombre que nunca se va a cansar de hacerla sufrir. Como siempre le digo, no deje de recomendar mi libro con sus amigas...”. – Termina de leer y le acerca el libro a Juan Pablo que no puede creer lo que escuchó. Perdió toda oportunidad y lo sabe. – ¿Querés leerlo vos?, es la parte de la hoja que esta marcada. ¿De verdad pensaste que te iba a dar otra oportunidad?. – Sigue con su sonrisa maligna, feliz y vengativa, sin nada de torpeza.
- Así que ya sabias lo que decía, pero igual me seguiste el juego. Entonces vos sos igual o peor que yo, y eso que estas sobria.
- No, no somos iguales, porque según Charles Ocilirca a vos te gusta hacerme sufrir y lo harías siempre si te lo permito. Además bien merecido lo tenés, soportar la lectura del libro no fue nada comparado con lo que me hiciste anoche.
- Y vos ¿no pensas por vos misma o solo sos lo que dice este librito?
- Anoche era yo la que pensaba por mi misma y mira como me fue. Ahora si es mejor que me confunda yo a que me diga las cosas un libro, no sé. Prefiero perder personalidad y hacer las cosas bien.
- ¡La verdad, no entiendo esto que hacés, leer y seguir atenta a lo que dice este Charles Ocilinosecuanto! – Grita y arroja al libro, con violencia unos metros, como tratando de sacarse la furia de encima.
- Ocilirca.
- ¿Qué?
- Se llama Charles Ocilirca.
- ¡Que me importa como se llama ese fulano!
- Bueno, me parece que te di muchísimo mas tiempo del que te merecés. Voy a entrar, chau.
- Espera, espera. – Estrella no espera y cierra la puerta en la cara de Juan Pablo, no quiere que la vea llorar otra vez.
Juan Pablo sale y se lleva el libro consigo, lo lleva a las patadas hasta un tarro de basura, levanta el libro y destroza lo que estaba sano, después lo tira dentro. Desde arriba puede leer el resto de una hoja “... recuerde que el hombre siempre tratara de engañarla...”
- Ocilirca y la puta madre que te parió. – Dice mientras camina para comprar unas cosas en el almacén de la esquina.

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