La noche ya cayó sobre ellos y la brisa, oscura y la cálida, los envuelve obligándolos a buscar la separación y airear la sed lubricante de sus cuerpos. La luna es el centro de atracción del cuadro nocturno, que se les regala, y las estrellas comienzan a contarse por millones. Uno de los dos soñó que esta era su noche especial, en que dejaría de estar solo, pero se equivocó porque los sueños pronostican el futuro que uno quiere imaginar y no la realidad, que funciona a voluntad del que la quiera hacer funcionar. Tal vez la vida es injusta con todos, pero no se conoce, todavía, otra forma de vida diferente, tal vez en alguno de los millones de sitiecitos nocturnos del cielo la haya, pero eso es muy dudoso.
Lo miró, como lo había hecho toda la tarde, sin prestar atención a nada más. Después lo acarició en la cara, en el mentón, en sus labios, en la nariz, en los párpados y luego en sus cabellos, a los que apretó con mucha firmeza como queriendo arrancárselos para poder mimarlos mejor una vez en sus manos. Él sintió el dolor pero no dijo nada, ni un quejido, tal vez hoy transformó el dolor en placer. El también rozó su cuerpo con caricias, y ella exclamó un placer que a jorgito le pareció propio, porque cree que, por fin, está haciendo las cosas bien. La besó como ya la habían besado tantas otras veces en ese mismo lugar, bajo la misma luna y las mismas estrellas que la habían visto llorar.
Débora miró su reloj y con un gesto dio por entendido que ya es demasiado tarde, quien sabe para que lo es. Jorgito la sigue tocando suavemente mientras ella se coloca su remera, la sigue acariciando mientras le pregunta, mientras ella le contesta.
- ¿A qué hora nos vemos?
- No sé. ¿Qué te parece si no nos vemos más?
Se quedó mudo y sorprendido, sin comprender lo que escuchó. Débora también se sorprendió de lo que dijo, fue una respuesta que no pensó pero que tampoco engañó a su pensamiento. Tanto trabajo y tanto llanto buscando lo que quería para perderlo tan fácil. Es obvio que quien no sabe lo que quiere, sabe lo que no quiere y Débora se olvidó de todos sus pensamientos y de todas sus lágrimas y eligió no seguir dándole alegrías a jorgito.
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Lo miró, como lo había hecho toda la tarde, sin prestar atención a nada más. Después lo acarició en la cara, en el mentón, en sus labios, en la nariz, en los párpados y luego en sus cabellos, a los que apretó con mucha firmeza como queriendo arrancárselos para poder mimarlos mejor una vez en sus manos. Él sintió el dolor pero no dijo nada, ni un quejido, tal vez hoy transformó el dolor en placer. El también rozó su cuerpo con caricias, y ella exclamó un placer que a jorgito le pareció propio, porque cree que, por fin, está haciendo las cosas bien. La besó como ya la habían besado tantas otras veces en ese mismo lugar, bajo la misma luna y las mismas estrellas que la habían visto llorar.
Débora miró su reloj y con un gesto dio por entendido que ya es demasiado tarde, quien sabe para que lo es. Jorgito la sigue tocando suavemente mientras ella se coloca su remera, la sigue acariciando mientras le pregunta, mientras ella le contesta.
- ¿A qué hora nos vemos?
- No sé. ¿Qué te parece si no nos vemos más?
Se quedó mudo y sorprendido, sin comprender lo que escuchó. Débora también se sorprendió de lo que dijo, fue una respuesta que no pensó pero que tampoco engañó a su pensamiento. Tanto trabajo y tanto llanto buscando lo que quería para perderlo tan fácil. Es obvio que quien no sabe lo que quiere, sabe lo que no quiere y Débora se olvidó de todos sus pensamientos y de todas sus lágrimas y eligió no seguir dándole alegrías a jorgito.
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