El presente blog que viene abajo no tiene nada que no haya en otros blogs literarios, simplemente retomo eso que le dio de comer a tantos otros escritores fracasados, hablar de las mujeres que no consiguen o de las otras, las que se fueron. Como capitán, que huye, en franca retirada de las relaciones, me permito contar secretos de diván, escabrosos relatos de cama y de hoteles para que sucumban de pavor esas otras desconocidas que supieron ser garabato de mi muñeca, bueno, no son todas las que yo hubiera querido así que voy evitar nombrarlas para que no quede en evidencia mi falla. Pero no sólo de mujeres vivimos, así que también hay otros temas y otros formatos, tenemos cortometrajes, tenemos novelas, tenemos cuentos, bueno, cuentos no, chinos tampoco, pero hay intersecciones y cartas, fotografías re contra artísticas y otras en la que sólo aparece mi cara. Bueno, el resto del blog es mejor que el prólogo, no lo prometo pero créame.

24 de marzo de 2007

Capítulo 15

Que pocas cosas para hacer quedan en estos días, nada en la TV. nada para ver y menos para sentir. Estas vacaciones resultaron ser un fiasco, y encima hay que soportar al noticiero que nunca informa nada feliz, siempre gente llorando. Como llora la gente en la pantalla, como sufren y como matan esos soldados, esos aviones nocturnos y sus fuegos artificiales. Que feas son esas lagrimas y como venden publicidad, comprada por abuelos morbosos que degustan la primicia ofrecida a media noche, en su alejada soledad. ¿Cuánto puede recaudar la morbosidad de querer ponernos tristes, a las siete, a las doce, a las trece, a las diecinueve, a las veintiuna, a la medianoche, las veinticuatro horas que nos ofrecen el día y la noche? ¿Cuánto gana el periodista triste por mostrar su tristeza? ¿Tiene familia a pesar de su tristeza? ¿Por qué nos quiere poner más triste a todos? ¿Quién te dio ese derecho y esa obligación, quién te odia tanto?. Quiero ver películas románticas, de acción, dibujos animados, series cómicas, quiero reír y llorar por amor al arte y no por usted. Periodista triste, dejáme en paz en mi burbuja desinformada, y por favor dejá tranquila a mi familia, a la gente con sus propias desgracias y sobre todo que disfruten sus alegrías sin tu opaco pensamiento.
Los canales pasan en el televisor de Estrella y el zaping no sirve, siempre la misma basura repetida para ver pero esta vez más rápido. Sentada en su sillón, sin pensar en nada y mirándolo todo, se siente bien, cómoda y tranquila. Tal vez venga Esmeralda a charlar un rato y a prepararse para salir por ahí, después de todo tiene que verse con su nuevo desastre de turno y hay que prepararse. Pensó en llamarla un par de veces pero todavía es temprano y no tiene ganas de caminar esos treinta pasos que la separan de su casa. Tiró el control por ahí y busco algo para leer en su bolso, nada, simples revistas superficiales. Prendió el equipo de música en busca de algo alentador, nada, las melodías murieron por esta época, solo ruido distorsionado y voces computarizadas. Sacó viejas fotos de su cartera, las miró y encontró el pasado unido al presente en una misma soledad. Revisó su cartera en busca de lápiz y algún trozo de papel, solo una birome y una vieja agenda abandonada. Suficiente para saciar sus ganas. Y escribió.

Desconfío (Estrella)

Desconfío de todos por todo,
y no es por simple deseo.
Sino porque me obligaron, ustedes,
los que dicen que me amaron
y ríen con oscuras carcajadas.
Al recordar, al recordarme.

Quisiera ser diferente hoy
y atreverme a soñar, sueños,
sin parecer utópica o moderna.
Deslumbrar con alguien que me recuerde,
pero sin nombrarme ni pensarme
un día cualquiera de un abrazo indefinido
dado en ese instante encontrado.

No voy a negar que tuve culpa.
¿Para que?
Siempre me equivoco del mismo modo
en el preciso instante,
en que comprendo que voy a perder.
Mañana, lo sé, voy a llorar,
como hoy por ayer.

Esta vez, tal vez, es diferente
y no hay oportunidad para el engaño.
Porque hoy estoy distinta,
y no me equivoco
aunque me equivoque con vos,
aunque me quieras,
aunque llores.
Hoy.
Hoy desconfío.

Secó alguna de sus lagrimas sobre la hoja dejando varias otras que, pensó, forman parte y son dignas de su escrito. Quiso seguir escribiendo ya sin ganas pero el ruido de la puerta y el grito de su padre la hicieron desertar.
- Hacela pasar a mi pieza, ya voy. – Dijo tratando de disimular su entrecortada voz.
Guardó sus cosas y se dirigió hasta su pieza y a la mitad del camino se detuvo, pensó un segundo y volvió hasta su bolso, otra vez, lo abrió y saco el papel cargado de su espontánea emotividad. Tal vez le guste, pensó. Se asomó por la puerta y la percibió, con su rostro pálido, sentada en la cama.
- Hola Esmeralda, ¿cómo andas? – Saludó y la vio a los ojos celestes, se dio cuenta que algo andaba mal. - ¿Qué pasa, por qué tenés esa cara? ¿Te hicieron algo?
- No, no me pasa nada – Dijo Esmeralda entre gemidos.
- ¿Cómo que no te pasa nada? ¿Te viste en el espejo?
- Sí, todo el tiempo. – Dijo mientras empezaba a llorar.
- Estas toda pálida y con ojeras, se nota que no dormiste nada. ¿Qué te paso?
- Nada, estoy triste.
- ¿Por qué? ¿Pasó algo con tus papas?
- No – Dijo mientras seguía llorando.
- ¿Entonces?
- Nadie me quiere y por eso estoy sola.
- ¿Qué?
- ¡Que estoy sola! – Gritó mientras seguía llorando mocosidad.
- ¿En que sentido estas sola? – Preguntó Estrella mientras le alcanzaba un pañuelo de papel.
- En cual va a ser, en el único sentido que tiene la soledad, en el de no tener a nadie que me quiera. – Y lloró con más ganas aún, apretujando sus lagrimas contra el pañuelo de papel.
- ¡Pero no seas pavota querés, tenés mucha gente que te quiere!. – Le dijo con voz suave mientras la abrazaba y le besaba su frente.
- No, no tengo a nadie que me quiera, porque soy horrible.
- ¿Y el pibe ese que conociste acá?, ese no cree que seas horrible, sino todo lo contrario. ¿Ves? Ese te quiere.
- No creo. Es más, nunca me quiso.
- ¿Cómo sabes? ¿Te lo dijo él?
- No, no hizo falta.
- ¿Cómo que no hizo falta?
- No, porque lo dejé. – Y siguió llorando otro poco más.
- Pero tonta, ¿por qué lo dejaste?.
- Porque no me quiere a mi.
- ¿Y a quién quiere?
- A vos, te quiere a vos. Encima vino a preguntarme si ya habías llegado, ni siquiera se esforzó en disimular. Yo pensaba que le gustabas de antes y que a vos no te interesaba, pero pensé que a él ya tampoco le interesabas. Ya ves, me equivoque de nuevo.
- ¿Estas segura?
- Si, después se dio cuenta de que metió la pata y trato de disimular con pavadas.
- ¿Qué pavadas?
- No sé, dijo que no averiguaba para él y qué sé yo que más. Vos tenias razón en eso de desconfiar.
- Yo no, nunca te dije que lo dejaras. Tal vez no averiguaba para él. – Dijo mientras sonreía. Le gustaba la idea de que alguien más estuviera interesado en ella.
- ¿Vos crees? – Y dejó automáticamente de lagrimear.
- Aja. Puede ser.
- Entonces, quizás me quiere un poco.
- Sí, yo creo que si. – Le dijo para consolarla – ¿Estás mejor ahora?
- Si un poquito – Dijo mientras descubría un papel arrugado en la mano que lo abrazaba. – ¿Estuviste escribiendo?
- Si, ¿querés que te lo lea?. No te prometo nada, es medio triste y además sabés que yo no sé escribir muy bien, bueno, nada bien.
- Dale, quiero ver que escribiste, léemelo. Pero después quiero sacarme todas las dudas con respecto a Rodrigo, así que quiero leer un poco el libro.
- Está bien, escuchá, se llama Desconfío.
Leyó su papel, y Esmeralda dijo que era lindo aunque no prestó mucha atención, luego se intereso más en la lectura de “Las estupideces que hacen los hombres para conquistar a una mujer son las estupideces que dejan de hacer cuando la conquistan” de Charles Ocilirca. Como cualquiera, menos ella, hubiera adivinado, el libro no pudo aclararle ninguna duda, de todas formas siguió confiando en este personaje y su famosísimo libro.

Continúa en Intersección Décimoquinta

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